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Angelo Petrelli era un Dios. El más hermoso de todos; fuerte, alto, elegante, tan guapo como inteligente aunque para Anneliese lo único importante es que él siempre había estado ahí para ella. Ellos crecieron juntos, como hermanos, pero realmente no lo eran. Así que comer un poco de la miel de Angelono hará daño a nadie, piensa Anneliese... Sin embargo, se olvida de que la ambrosía no está hecha para mortales, de que comerla siempre trae consecuencias lamentables y, sobre todo, de que desconoce los terribles detalles de su origen.