Yo Tirano, Yo Ladrón: Memorias

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«En agosto de 1930, Augusto B. Leguía fue derrocado y enjuiciado. En ese proceso, el fiscal lo acusó de corrupción y abuso de poder. A través de su abogado, el Dr. Alfonso Benavides Laredo, Leguía argumentó que el tribunal era ilegal, porque era ad hoc y estaba integrado por sus enemigos, rompiendo con el principio del juez natural. Asimismo, desde el banquillo de los acusados, el expresidente sostuvo que había entrado al poder siendo hombre rico y que había terminado pobre. Nunca hubo sentencia, pasaron diez meses entre el fin de las audiencias y la muerte de Leguía. En ese lapso final habría escrito este libro, gracias a la colaboración de Benavides, sosteniendo que había dado todo por el país y que nunca había sido ni tirano ni ladrón.» Antonio Zapata. «Lo valioso del libro Yo tirano, yo ladrón, entonces, es que es lo opuesto de todo lo que pretende ser: no se trata de una defensa contra el abuso del poder, sino un intento de justificación de ese abuso. El libro nos ofrece una mirada sobre cómo se afirma la idea -en la década de 1920 pero con fácil transferencia a otras coyunturas- de que hacer política no es seguir las reglas del juego sino inventarse unas nuevas. Así estamos ante un texto que es más la reivindicación de una forma de hacer política que resulta común en la experiencia peruana. En ese sentido, quizás, es un documento que sin proponérselo nos ayuda a entender algunos aspectos de la política peruana del último siglo. En el libro, Leguía (o quienes lo escriben a su nombre) busca defenderse de tres acusaciones: de ser tirano, de ser ladrón, y (aunque no se incluyó en el título) de ser traidor.» Paul Drinot